De cuando en cuando, siempre algún día entre semana, pide
al servicio de habitaciones ostras y champan para compartir con una alumna que
no llega a los veinte. En otras ocasiones y quizá en la misma habitación, es la
vicerrectora, que pronto cumplirá los sesenta, la que hace subir caviar y vodka.
Hasta que un día, el mismo hombre y en el mismo hotel, reserva junto a su mujer
otra habitación en nada diferente a las que está acostumbrado a frecuentar.
Piden unas cervezas y unos pinchos de tortilla, esta vez no le preocupa en
absoluto quién pagará la cuenta, pero no para de preguntarse como cojones hacen
para dejar tan crujientita, tan en su punto, la patata.
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