Me despierta el teléfono en mitad de la noche, la pantalla anuncia un inquietante “desconocido”.
—¿Quién es? —pregunto.
—Hijo, alguien de Organización ha perdido su móvil y no he podido resistir la tentación de utilizarlo.
—¿Papá, eres tú?
—Hijo, no puedes imaginar cómo es este lugar, ah, y dile a tu madre que me perdone.
La llamada se corta.
Tal vez debería volver al tanatorio, pero permanezco despierto junto al teléfono hasta la hora de levantarme. Luego me visto, me anudo la corbata y toco la puerta de la habitación contigua. Sale mi madre junto a mis dos hermanas. Bajamos los cuatro en silencio en el ascensor. No volveré a discutir con ellas sobre la herencia. He decidido acatar con respeto sus últimas voluntades.
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