—¡Por fin coges el teléfono! Llevo semanas llamándote.
Llamadas perdidas
Cuando un huésped olvida su teléfono en la habitación, jamás lo vuelve a recuperar. Regresa, pregunta, hace abrir a la habitación para buscarlo; pero nunca aparece. Por mucho que se enfade el cliente, no hay nada que hacer. Tal vez, poner una reclamación inútil. Culpar al servicio de limpieza. Incluso publicar una crítica hiriente en internet. Nada que sirva para recuperar el objeto, pero sí para dañar la imagen del establecimiento. Cansado de la situación, el director del hotel ha organizado una batida. No nos detendremos hasta llegar al fondo de este asunto, azuza el director a sus empleados. Algunos están motivados, otros tratan de escaquearse. Las horas extra son interminables. El hotel cierra dos semanas. Diana pasa más tiempo en recepción respondiendo llamadas de futuros clientes a los que no sabe cuándo podrán alojar que participando en las tareas de búsqueda. El director ordena: desconecte el teléfono. La historia comienza a ser angustiosa. Nadie sale ni entra del hotel hasta que esto esté solventado. Un día, uno de los jóvenes botones que ha olvidado las tareas de búsqueda, escucha un ring urgente al otro lado del pasillo. Se acerca de puntillas para asegurarse, para no asustar al sonido. Llega a una puerta extraña, de las que jamás ha visto antes, una numerada con nueve cifras en el frontal. Detiene su oído junto a la madera y el ring parece apremiarle. Abre con la llave maestra, que funciona. Ante él suenan en coro multitud de teléfonos amontonados, ocupando toda la superficie practicable de la habitación. A sus pies uno de los aparatos vibra. Lo coge. Pulsa descolgar. Escucha:
—¡Por fin coges el teléfono! Llevo semanas llamándote.
—¡Por fin coges el teléfono! Llevo semanas llamándote.
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