La nueva limpiadora era bastante cotilla... todo lo husmeaba, todo lo oía, todo lo revolvía... y había encontrado en Diana, la recepcionista, a una estupenda aliada para compartir sus chismes.
—Todos hablan de la habitación abuhardillada, pero nadie dice nada concreto.
—¿Y que dicen...? Pregunto Diana intensificando su mirada sobre aquella joven correveidile.
—Pues de todo, que si hay un fantasma del primer dueño del hotel, que si sigue apareciendo por las noches... vamos un misterio...
—Pues no había oído nada... —contestó Diana—. Pero estaré pendiente, y si oigo algo te cuento... —le prometió con un ligero guiño de ojo.
Aquella noche, la recepcionista decidió explorar en aquella habitación de la que sorprendentemente no había oído hablar jamás, y abandonando el mostrador durante algunos minutos, subió sigilosamente las escaleras que seguían desde la última planta a la que llegaba el ascensor.
Se acercó muy despacio a la puerta de la habitación y, tras poner la oreja sobre la madera para no escuchar nada, se agachó para mirar por el hueco de la cerradura, para tampoco ver nada...
—Todo tranquilo —pensó.
...Y sacó de su bolsillo una llave maestra que le permitió acceder a aquel recóndito lugar, con la clara intención de convertirlo en uno de sus escondites secretos para practicar fugazmente lo que más le gustaba... lo que no imaginaba, es que allí iba a encontrar al fantasma del fundador del hotel, con quien, sin saber muy bien cómo, protagonizó una arrebato sexual como nunca había pensado.
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