El cuartucho estaba abarrotado de sábanas, toallas y manteles amontonados en grandes cestas y en el suelo, y preparados para lavar. Se trataba de un lugar pequeño, accesible aunque escondido, cómodo y cálido por el ambiente textil, que podía cerrarse por dentro, y que a determinadas horas estaba totalmente expedito, lo cual le convertía en un perfecto reservado sex-express al que Diana acudía con cierta asiduidad.
En esta ocasión, la recepcionista retozaba con ansiedad con Alex, un nuevo camarero que había opositado para policía nacional sin éxito, y que había acabado de barman en el bar del hotel, manteniendo un cuerpo fornido que apasionaba a la joven.
Y estaban en ello cuando Diana se fijó en una ristra de gotas que parecían de sangre, ni muy fresca ni totalmente seca, que se alargaba hacia el interior de un rebujo de sábanas hasta perderse allí dentro.
La muchacha no pudo por menos que dar un pequeño respingo tras lo que exclamó...
—¿Y eso qué es...?
Como estaban en mitad de la faena, Diana intentó quitarle importancia al descubrimiento animando a su pareja ocasional a continuar...
—Da igual, no vayas a parar ahora...
Sin embargo, enseguida dio la cosa por perdida, cuando el joven policía frustrado abandonó su pasión carnal por momentos para entregarse a su pasión investigadora, subirse los pantalones como pudo y acercarse al rastro sanguíneo para averiguar su origen... o su final...
Mientras Diana refunfuñaba, el camarero comenzó a bracear entre el lío de telas hasta encontrar lo que buscaba... Se trataba de un apéndice auditivo humano, lo que viene a ser una oreja, arrancada como de cuajo no hacía muchas horas y escondida sin demasiado cuidado en aquel recóndito lugar...
Mientras la recepcionista se vestía apresuradamente y alisaba su uniforme con una mezcla de decepción y sorpresa en su rostro, Alex observaba atónito la oreja cogida con dos dedos de la mano izquierda, a la vez que aprovechaba para demostrar sus conocimientos de supuestamente experto detective...
—Es una oreja de hombre, bastante grande y entrado en edad... ha sido completamente desgarrada de la cabeza de su dueño hace algunas horas... pero lo peor de todo es que no sé qué debemos hacer...
—Pues llamar inmediatamente a la policía —dijo Diana sin titubear.
—Yo creo que no —titubeó Alex—... Van a empezar a hacer preguntas que quizás no sepamos responder... creo que es mejor callarnos la boca e investigar por nuestra cuenta...
Diana llevaba ya demasiado tiempo alejada de la recepción y no podía entretenerse mucho más, así que le dijo al joven...
—Vale, vale... como quieras... pero yo me voy, y negaré por encima de mis muertos haber visto nada.
—Eso es... —concluyó Alex— Yo me encargo.
Así fue como la atribulada recepcionista regresó a su puesto de trabajo sin decir nada sobre lo sucedido, mientras el camarero envolvía aquel pedazo humano en una vieja toalla y comenzaba una aventura sin precedentes a través de la cual se había propuesto encontrar a la persona mutilada, averiguar quien había sido el causante del desgarro y esclarecer así un asunto que le tendría obsesionado durante semanas.
Y mientras tanto, Diana guardando silencio... eso si, jamás volvieron a practicar sex-express en el cuarto de la lavandería.
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