jueves, 1 de junio de 2017

Confusión

No han tenido mucho tiempo para sorprenderse, pero la escena se desarrolla allí mismo, ante sus miradas. Sobre una explanada desigual, entre montículos que aparecen y desaparecen, cientos de personas corren de un lado a otro sin tener dónde ocultarse. Algunas se encierran en las jaulas, otras buscan cobijo en el lago, unos pocos logran saltar las vallas hacia quién sabe qué lugar. Las bestias campan a sus anchas sembrando el caos y la destrucción. Un triporonte aprovecha las cuestas para rodar sobre su piel dura y aplastar a todo aquel que no ha tenido tiempo de apartarse. La gigantesca barriga del animal queda teñida de rojo, como cuando caza en libertad en los lagos que forman la frontera de Albania, Grecia y Macedonia. Más cerca, una serpiente con patas que no es un ciempiés —al menos, por su tamaño no lo aparenta—, engulle el cuerpo de su cuidador que, desde dentro, aún trata de librarse del aliento viperino del animal. Cuando un gorila alado sobrevuela sus cabezas y ven cómo se lanza en picado hacia una de las jaulas para abrirla a golpes y atacar a los que se han escondido escondido dentro, la mujer mira a su marido. La camisa hawaiana, las gafas de sol deslizándose hacia la punta de su nariz, la boca abierta y la mano aún sobre el pomo de la puerta:
—¿Lo ves, querido?—Se queja la mujer—El chico de recepción no dijo habitación 202, dijo la 222.

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