miércoles, 17 de mayo de 2017

400 croquetas

—Tía, ¿has visto esto?
—¿Otra vez?
—Otra vez.
(Las dos).
—Dos-cien-tas cro-que-tas.
(Suspiros). (Mordisqueos de uñas). (Miradas nerviosas).
—Las llevas tú.
—No, las llevas tú.
—Antes las he llevado yo. Las llevas tú.
(Silencio).
—Me da miedo.
—¿Qué te da miedo?
—Que sea un señor muy gordo y quiera abrazarme, o algo.
—¡No es un señor gordo!
—¿Cómo lo sabes?
—Te lo he dicho. Cuando las subí no había nadie. La tele encendida. Los platos vacíos —y limpios— por el suelo. El baño abierto. Las cortinas echadas. Dejé las doscientas croquetas y me fui.
—¿Y si ahora me están esperando?
—¿A ti? ¿Quién iba a esperarte?
—¡El monstruo de las croquetas!
—No te escaquees. Te toca a ti cargar con la fritanga.
(Morros de enfado. Resoplido).
—¡Está bien! Pero si no vuelvo... ¡cambia el aceite de la freidora!

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