Bombones gratis
Katie arrastra el carrito de la limpieza con sigilo. Los pasillos enmoquetados del hotel pronto serán historia.
¿Es usted cuidadosa, Katie? El gerente la observó sin disimulo analizando el bronceado a retazos de camarera de cafetería.
El hombre sale del ascensor seguido de su acompañante. No se hablan. Ni se miran. Katie atraviesa su silencio dejando entre ellos la estela azul desvaído de su pelo. Idea peregrina de su hija adolescente. Abre la habitación contigua a la de la pareja. El hombre de negocios volverá a ella por la noche. Se lo ha susurrado Diana con un brillo malicioso en los ojos.
Claro que era cuidadosa. Aún no la habían pillado. De las terrazas abigarradas a limpiar habitaciones. Son muchos años ahuecando almohadas y tapando con las cortinas los rincones en los que la aspiradora se ahoga. Y ella. Es un pobre hombre. De negocios, sí. Pero pobre. Ni una toalla en el plato de ducha. La bolsa de aseo descansa en la cisterna asomando un cepillo deformado. Deja correr el agua caliente. La pareja de al lado no pierde el tiempo. Se acerca a la neblina en el espejo. Escribe.
Mírame. ¿Una copa?
Airea la habitación. A los de al lado, se les escucha con nitidez de telenovela. Deja el bombón con suavidad sobre el edredón gastado de vueltas y más vueltas en la lavandería. El moreno a retazos que tanto sorprendió hace tiempo al gerente desapareció para siempre. Diana le confirmará si la parejita se queda. ¿Qué les escribirá? Le viene algo a la cabeza mientras cierra la habitación. Puede que esta noche, con un poco de suerte, no se vaya pronto a dormir después de la cena. Una ducha bien caliente le sentará como un guante al pequeño hombre de negocios. Ojalá.
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